Audio. Voz. Entrevista

José Rubia Barcia: Unha vida contada 03

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José Rubia Barcia.- Pero ya empieza la guerra y entonces la organización de las milicias gallegas… Luego hay un auxiliar de Largo Caballero en el Ministerio de la Guerra, que me conocía de la FUE, y me dice: «Necesitamos un hombre de confianza; me dijo don Francisco, el camarada Largo, que hay que buscar a alguien…, tú eres el indicado...». «Pues, al demonio, vamos… ¿A dónde me mandan?». Fui a Extremadura, fui a Toledo, fui a Guadalajara, a todas las partes con misiones gubernamentales. Mientras tanto ya me habían reconocido para el servicio militar, y me habían declarado de servicios auxiliares, en el servicio militar antes de la guerra. De modo que no me habían llamado con mi quinta, no me habían llamado, y yo estaba ocupado en estas cosas… Pero entonces yo sigo en Madrid haciendo de corresponsal de guerra de Política ahora, yendo a los frentes con otro camarada del periódico; se va a París el que confecciona el periódico –yo había estado confeccionando parte del periódico con él, ayudándole– y resulta que acabo de confeccionador del periódico en las máquinas. Todo esto abre posibilidades de trabajo para el futuro y me llaman… De pronto tengo una llamada del profesor Aguilar, que era catedrático de Historia de Sevilla y era el delegado del Gobierno –que ya se había trasladado a Valencia– en Madrid; había delegados de Instrucción Pública, delegados de Guerra y tal. Miaja era el jefe de…, el general Miaja… Me llama este Aguilar (yo no conocía a este Aguilar) a su despacho, y voy, y me dice: «Mira, me han informado que tú eres el único arabista que hay en España –en la España leal–, y que sabes de estas cosas. El Gobierno quiere abrir una Universidad que funcione, para dar sensación de normalidad, y el rector va a ser José Gaos y se abrirá en Valencia. De modo que, por orden del Gobierno, te he buscado, te he encontrado y ahora te vas a Valencia y te incorporas a la Universidad de Valencia, que se va abrir, y tú vas hacerte cargo de la cátedra de árabe». Yo dije: «Pero si García Gómez está aquí…». Estaba escondido, claro. Y esto para mí era muy violento, la cosa esta era muy violenta... Pero fui a ver a García Gómez y le dije: «Pasa esto, y tal…, pero yo creo que usted es el encargado para...». «Ah, yo no, no…». Entonces hablé con Alejandro Otero: «Pasa esto y tal, dile que tú le garantizas que no le va a pasar nada…, y que se venga a Valencia». Entonces yo le dije: «Mire: dice don Alejandro (él le conocía como Rector de la Universidad), que venga usted a Valencia conmigo y que él le garantiza...». Pues muy bien; entonces me dice que sí, pero me dice: «Yo enseño la lengua, y tú enseñas la literatura». Yo nunca había enseñado literatura árabe; había estudiado los cursos de literatura árabe, pero no había enseñado la literatura árabe. «Yo la lengua y tú la literatura…». Bueno, pues, muy bien. Vamos allá y hay una reunión preliminar del Claustro en la Universidad que se va a poner a funcionar la cosa y tal... Mientras tanto, me llaman de la Caja de Reclutamiento, me llaman para…, oh, no, no, no…; me llama Otero (que estaba en Valencia, ya subsecretario de armamento). Fue un encuentro dramático mi encuentro con Otero en Valencia. Él creía que me habían fusilado en Granada...

José Manuel González Herrán.- Ah, porque creía que estabas en Granada. De haber estado en Granada te hubieran...

José Rubia Barcia.- Me fusilan, claro. Y si llego aquí, también. De modo que en los dos lados, ¿no? Él creía que me habían fusilado en Granada y cuando me vio el hombre, como si fuera mi padre, se abrazó a mí conmovido y tal… Y entonces Otero me dice: «Yo te necesito a mi lado, no tengo hombres…, estoy rodeado de traidores, te necesito a mi lado». «Pero, don Alejandro, yo estoy ahora con esta cosa de la Universidad, no sé lo que va a pasar y tal...». Entonces dice: «Mira, un compás de espera mientras se resuelve eso…; el Ministerio de Instrucción Pública ha decidido publicar un órgano de milicias de la cultura y esta cosa está a cargo de un señor que se llama Domingo Amo y no tienen director. Como está en manos de los comunistas, yo necesito un joven socialista allí y tú eres el más indicado». Porque yo había hecho El Estudiante, en Granada, y me conocía ya como redactor de El Estudiante. «¿Y por qué no te proponemos al Ministerio de la Guerra que te hagan Miliciano de Cultura de División, y pasas a ser el director?». En efecto, el decreto está en la Gaceta de la República, nombrándome Miliciano de Cultura de División; debía ser asignado a una División como Miliciano de Cultura…; en vez de eso me ponen de director del periódico, órgano de todos los milicianos de todo el país. Entonces empiezo a trabajar en la cosa de la organización de eso. Lo bautizo yo como Armas y Letras…; empiezo a trabajar en eso y hago siete, ocho o nueve números. Pero el Gobierno va a trasladarse a Barcelona y don Alejandro dice que me necesita…; mientras tanto hay una crisis del Gobierno, el Ministerio de Instrucción Pública pasa a manos de la Montseny, anarquista, y los comunistas son rechazados, los socialistas son rechazados, y se apoderan de la revista los anarquistas. De modo que me quedaba el campo libre para ir a Barcelona.

José Manuel González Herrán.- Perdona un momento: en Armas y Letras, ¿escribiste algo o simplemente dirigiste?

José Rubia Barcia.- No; escribí, dirigí, monté la revista en colaboración con un muchacho dibujante valenciano que se llamaba Ponsat. No había imprenta en Valencia, íbamos a Madrid a hacerla a una imprenta a Madrid; casi atravesando los frentes de guerra, volvíamos de Madrid. Cuando iba a Madrid parábamos en la Alianza de Escritores, que dirigían Alberti y María Teresa [León]; allí pasábamos la noche, a veces, un par de días, con el Madrid bombardeado y toda la cosa…, recogíamos las cosas del periódico, nos las llevábamos a Valencia y se distribuía desde Valencia por todos los frentes. Yo escribí las editoriales de Armas y Letras sin firma; pero una cosa muy curiosa ocurrió. Yo por casualidad encontré…, es una cosa muy curiosa esto… Yo no tenía tendencias pro comunistas de ninguna clase; de hecho me opuse un poco al Carrillo este, que era el que había unificado a las Juventudes [Socialistas y Comunistas]; hubo una reunión de intelectuales internacionales en Madrid y otra en Valencia, a la que yo asistí. Y la conexión con el Partido Comunista era un poco…; no era muy fácil, entonces… (Pero no sé a que venía esto último…).

José Manuel González Herrán.- Lo de Armas y Letras, donde, aparte de escribir editoriales…

José Rubia Barcia.- Editoriales… Cayó en mis manos un poema en inglés (yo había estudiado inglés aquí, en Ferrol, tres años con miss Lidia, cuando yo era estudiante de bachillerato, aparte también); cayó en mis manos un poema que se titulaba en ingles «Nanking Road», de un señor llamado Mao Tse-Tung. Me impresionó tanto aquel poema (que era de la carretera de Nanking…, pero que era mi experiencia en la carretera Valencia-Madrid, Madrid-Valencia, ¿no?), que lo traduje al español, y está publicado en Armas y Letras; es la primera traducción que se ha hecho al español de Mao Tse-Tung, antes de que fuera célebre o conocido.

José Manuel González Herrán.- Ni como poeta ni como político.

José Rubia Barcia.- Nada, nada, de modo que esto es una cosa muy curiosa, esta coincidencia de que yo fuera el primer traductor de Mao Tse-Tung. El caso es que salió el periódico, que funcionaba muy bien, las cosas marchaban muy bien, y me traslado a Barcelona por indicación de Alejandro Otero. Me asignan a la Secretaría Técnica y ponen en mis manos todo el archivo de correspondencia con Rusia. De modo que durante ese periodo, la operación de Teruel…: fue una experiencia vivísima para mí, porque yo no esperaba las cosas que iban a suceder, era totalmente inesperado. Por ejemplo, él se desesperaba con esto…; Alejandro Otero era un ser extraordinario, y una de las anécdotas de él es que los comunistas le acusaron de haber hecho perder un barco con cargamento de guerra que venía de Suecia para la España leal, y él dice: «El único dinero que tengo (tenía unos cuatro o cinco millones de pesetas en Suiza), lo pongo a disposición del Gobierno para reemplazar ese barco»; y se quedó sin un céntimo. Todo el dinero lo invirtió en reemplazar el barco perdido y cortó la cosa esa de los comunistas de una manera tajante. Tuve grandes experiencias con este hombre, extraordinarias: de valentía, de arrojo, de decisión, de decencia, de honradez. Fue para mí un ejemplo humano decisivo en mi vida. Yo no he conocido a nadie con una integridad humana, personal, intelectual y científica como la de este hombre. Fue una especie de modelo que yo encontré en la vida. Entonces estuve al servicio de la Subsecretaría de Armamento unos ocho meses antes de que se acabara la guerra, encargado de la correspondencia esta, con claves…: escribíamos a Rusia en clave, pasábamos a la embajada española. El señor Pascual era el embajador en Moscú, y pasábamos la información en clave, pedíamos las armas y tal; pero pedíamos… a lo mejor pedíamos tantos tanques, y tal y tal…: «Oficio de acuerdo con su petición de tal y tal… llegará al puerto de Barcelona el barco tal y tal… que llevará trescientos camiones…». No habíamos pedido los camiones, pero nos mandaban camiones, porque sobraban camiones. Es decir, que todo era un rejuego, no era juego limpio aquel, no. De modo que aquello me hizo asociar comunistas y católicos: el dogmatismo, la cerrazón mental, y afirmó mi decisión de no caer en esa línea, porque podía haber caído fácilmente, no.

José Manuel González Herrán.- Porque en ese momento…

José Rubia Barcia.- Las Juventudes Unificadas…, ellos eran eficaces en los frentes. De modo que… eso me afirmó… esa experiencia me afirmó y me acercó a lo que Fernando de los Ríos –a quien se le consideraba entonces importante– expresa en su libro Socialismo humanista, que es una versión española del socialismo, que luego se internacionalizó. Fernando de los Ríos fue el primer socialista humanista en Europa; y, esto, que es una versión española, se correspondía con Pablo Iglesias y con la tradición indígena española del socialismo. De modo que eso me abrió, ya me fijó el horizonte político en esa línea. Bueno, el caso es que un mes antes de que se acabe la guerra, en un bombardeo de Barcelona me hieren. Resulto herido y no le doy mucha importancia…: estaba en el suelo cuando caen las bombas, algo me dio y me lastimó en un brazo; sí, estoy herido en el brazo; en este brazo se nota ahí una especie de cicatriz, ¿ves? Tenía un pedazo de metralla incrustado en ese brazo y el brazo a los seis días estaba hecho una monstruosidad, y no había éter, no había nada; la alternativa a esto, si no hay resultado, era amputar el brazo y por poco me quedo manco como consecuencia de esto. Me operaron en Barcelona: Alejandro Otero hizo que trajeran por avión éter de Valencia para operarme; me operaron en Barcelona, y ya vino la catástrofe final… Entonces la Subsecretaría me encargó a mí que pasara a Francia los archivos de la Subsecretaría y fui a Besalú, que era el centro donde estaban, en la provincia de Gerona, de Besalú a los Pirineos, con los archivos de la Subsecretaría… y con orden de que, si tenía que pasar la frontera, que ya los quemara…, cartulinas y cosas de ésas a montones. En efecto, a la gente que yo me llevé para ayudarme en esta tarea, los mandé a la frontera; me quedé yo solo con todo esto y le puse fuego una noche; pongo fuego y empiezan a caerme los bombazos todos alrededor de la hoguera, en plena montaña…; desde abajo disparaban las fuerzas de Franco ya. Y con una mula, y solo, y el brazo en cabestrillo, pasé la frontera. Y llevaba conmigo, encargado también por el Gobierno, que me habían dicho que vendrían unos pastores navarros, que iban con un rebaño de tres mil ovejas…, que tenían que llevar a la frontera, y que yo me hiciese responsable de la cosa… Todo esto parece esperpéntico y extraño. Pasé la frontera y allí estaba García Gómez conmigo; pasó la frontera conmigo: de hecho, me ayudó a pasar la frontera, porque estábamos en una cabaña de pastores una noche, ya desesperados; no nos dejaba la policía francesa pasar, y él se acercó a la frontera, y vino a propósito para decirme que la frontera estaba abierta y que ya se podía pasar. Había unos cinco o seis mil hombres esperando allí. Y pasamos León Garre, su cuñado y yo. Esto está poetizado en mi libro Umbral de sueños, donde hay una versión poética de esta trinidad que pasa la frontera… Pasamos la frontera, e inmediatamente, al campo de concentración. Campo de concentración: yo débil, muy débil, con el brazo así…, perdí una de mis maletas con la mula que se cayó, y ya no podía cargar con la otra maleta…, y llevo una pequeña maleta conmigo al campo de concentración. Y, esa noche, primera noche en el campo de concentración…, yo me muero en el campo de concentración.

José Manuel González Herrán.- ¿Cómo que te mueres?

José Rubia Barcia.- Sí. Sí, sí, me muero en el campo de concentración. El campo de concentración era en plenos Pirineos, mes de febrero, todo nevado, con una alambrada alrededor y unos cuatro mil hombres metidos ahí, encerrados ahí como ganado. Y llega la noche…; antes de llegar la noche, unos senegaleses negros con ametralladoras que cuidaban el campo tiraban por encima de la alambrada puñados de carne de caballo cocida, y la gente, como los perros, apoderándose de un pedazo de carne…, todo el mundo estaba hambriento. Y esa noche, pues..., las maletas…, el suelo estaba nevado, las cuatro maletas, la de Garre, su cuñado y la mía, en el suelo; sobre las maletas nos encaramamos allí para no estar en la nieve, y surgió una manta del cuñado o de quien fuere sobre las cabezas y allí, a temblar de frío. Yo perdí el conocimiento…, a una hora o dos horas de eso perdí el conocimiento. Esto se lo contaba León Garre (que acaba de morir en Barcelona, fue director del Instituto Balmes de Barcelona), se lo contaba a Eva. Porque yo se lo había dicho. Es tan increíble todo esto que parece una novela. Entonces ellos, el cuñado y él, cuando me vieron que perdía el conocimiento, me desnudaron y me friccionaron con nieve, y volvieron a tal… Entonces yo resucito; a las dos o tres o cuatro horas resucito, temblando de frío y tal. Pero si me dejan, ya nada... Esa noche, esa primera noche, por la mañana, sacaron más de cuatrocientos cadáveres del campo: se habían muerto de frío…

José Manuel González Herrán.- En esa noche.

José Rubia Barcia.- En esa sola noche. Todo esto es pintoresco y tal, no tiene nada que ver con...

José Manuel González Herrán.- Sí tiene, porque es mucho más interesante de lo que podría parecer…

José Rubia Barcia.- Bueno pues, ahora viene todo el episodio de ser derrotado en Francia y lo que ocurre. Casi pasamos un millón de españoles la frontera; Francia no está preparada para recibirnos…, hay un gobierno muy débil, el de Léon Blum; hay crisis económica y, entonces, le digo a León y a su cuñado: «Yo no me quedo otra noche aquí, porque significa que me muero, me voy… yo me escapo como sea, me voy a donde sea». «Pues vamos contigo, pues vamos, pues vamos los tres». En la segunda noche encontramos…; alguien…, esas cosas que pasan…, encontró unos alicates, nos los prestó y esa noche, a la noche siguiente, como a eso de las diez de la noche, con los alicates cortamos parte de la alambrada y deslizándonos, ya de noche, fuimos arrastrando las maletas, fuimos arrastrándonos nosotros, nos alejamos como unos cien o doscientos metros del campo; y, ya lejos del campo lo suficiente para ponernos de pie, nos pusimos de pie, empezamos a marchar, fuimos dando la vuelta al pueblo. El pueblo se llamaba Saint Laurent-de-Cerdans, está en plenos Pirineos, y había una especie de hotel…, pensión…, al otro lado del pueblo…, nos acercamos allí: y a una señora que estaba allí le dijimos que éramos…, que nos habíamos escapado de este sitio, pero que podríamos tener la posibilidad, quizá, de tener… dinero…, de que nos irían a buscar…, que si quería escondernos…, que le pagaríamos. Yo tenía una pluma de oro que me habían regalado mis estudiantes del instituto, y tenía también una Leika, una cámara alemana, y tenía [risas] un corte de traje que pensaba hacerme, que estaba en la maleta. Eso se lo di a la señora, y Garre le dio otros objetos, el otro, otras cosas… y la señora permitió que nos quedáramos… Entonces, salíamos todos los días. Yo escribía a Alejandro Otero, que estaba en Perpiñán, si podía sacarnos de allí. Y todos los días salía uno de nosotros a ver si había correspondencia, o si venía alguien o lo que fuera. Por turno, nos poníamos por turno. Uno de los turnos me tocó a mí…, me cogió la policía y me llevó otra vez al campo de concentración. Entonces, yo me escapé de los policías; y además me había enterado por la señora de que el alcalde era socialista. Entonces, me escapé, me fui al Hôtel de Ville gritando: «¿Dónde está le maire, le maire, le maire…?». Por fin salió el maire y le dije: «Estoy desesperado…, esto no puede ser, y tal…, a mí me condenan a muerte de esta manera…»; le enseñé mi carnet del partido y todas las cosas, y al hombre lo convencí para que me dieran un laissez-passer, que es una autorización para no estar en un campo de concentración, porque en circunstancias especiales se podía hacer eso, en caso de que hubiera ayuda de fuera. Me dio un laissez-passer, le pedí otro para Garre, y otro para el cuñado, y con tres laissez-passer ya podíamos esperar un mes. Otero nos mandó desde Perpiñán un automóvil con una bandera de la embajada belga y un chofer, para que viniera a recogernos, y entonces nos fuimos a Perpiñán. Sigue toda una historia larguísima de incidentes. El caso es que…, fui…, incluso renté en un castillo, un château en Francia; me llevé allí siete u ocho de los más desgraciados... Le escribí a un tío de América (tú lo conociste…, Antonio); y Antonio me abrió una cuenta corriente con fondos ilimitados en la Société Générale. Y entonces yo dije: «Pues ya, con esto me defiendo». Y alquilé un castillo, un château abandonado en Saint Silmont, al noroeste de París. Estábamos en la «Maison des Elephants», en Saint Germain, en las cercanías de París; todos los empleados de la Subsecretaría esperando ser conducidos por avión a Madrid…, íbamos a volver a Madrid. Porque la guerra no se había acabado; el frente se había dividido, pero seguía una parte en nuestras manos. Y estábamos concentrados esperando a que Alejandro Otero nos diera a todos órdenes de tomar los aviones e irnos. Pero mientras tanto, yo no quería ser carga; tenía dinero para vivir allí, pues alquilé ese château y me llevé a algunos conmigo. El jefe del château era un jefe de policía; el jefe de policía me engañó…, quiso cobrarme más después…, y yo le dije unas cuantas cosas… El caso es que dio orden de detenerme y tuve que marcharme corriendo del château. Y nada... Con muchos incidentes, con seguir muchas peripecias, no había manera, busqué salida de Francia, no había manera... Lo primero que hice fue buscar al estudiante sueco. Fui a buscarlo a la residencia, a ver si estaba, porque dije: «Éste probablemente me da una solución pero ya no está, habían pasado dos años y ya no...». Fallaban todas las posibilidades; y, entonces, entre la gente que estaba en París…: éste no había luchado en España…, era un muchacho de La Redonda, de aquí, que me encontré por casualidad y me dijo: «Tú eres de Mugardos, y tal…». En un café, en París, nos identificamos. Yo le dije mi problema; «Mira, lo vamos a resolver, porque yo soy muy amigo del portero de la embajada cubana, que es también gallego. (Esas cosas…: otra vez el destino, esas cosas...). Y yo le voy a hablar». Bueno; entonces le habló, y me dijo que fuera a verle. Fui a verle y me dijo el portero de la embajada cubana… Porque pasaron otras muchas cosas, fui a parar primero a Toulouse, después a Burdeos, después a Limoges.

Descrición:
José Rubia Barcia foi profesor e crítico literario. Nacido en Mugardos, cursou os seus estudos universitarios e pasou a Guerra Civil en Granada e acabou facendo os traballos máis diversos nos seus longos anos de exilio, como guionista e dobrador de cine con Luis Buñuel e, finalmente, como profesor na UCLA. Viu publicados algúns dos seus libros grazas ao mecenado de persoas como Isaac Díaz Pardo.
Este ficheiro sonoro é parte da longa entrevista que o profesor J. M. González Herrán lle fixo no verán de 1985 e que ben pode considerarse unha «autobiografía» autorizada de Rubia Barcia.

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