Audio. Voz. Entrevista

José Rubia Barcia: Unha vida contada 09

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José Manuel González Herrán.- Planteas otra cosa que también me interesaba: este país ya no es tu país. Si mis datos no están equivocados, tu regreso, digamos vacacional, a España se empieza a regularizar en torno al setenta y cinco.

José Rubia Barcia.- La primera vez vine a Portugal, y mi familia me visitó en Portugal, y fui objeto de persecución en Portugal. Mi hermano tenía –¿te lo conté?– contacto con la policía de aquí; mi familia, mis padres, mis hermanos y tal fueron a Portugal, a vivir conmigo un año en Portugal. Eso fue tan pronto…, yo no era ciudadano americano todavía, fue en el cincuenta y cinco o cincuenta y seis cuando vine por primera vez a Europa, y, llegué a Lisboa con un visado y un pasaporte que me había conseguido mi suegro. Yo no podía ir al consulado español a solicitar un pasaporte; además era enemigo acérrimo del régimen y no me lo iban a dar, de modo que mi suegro fue al consulado español y le dijo al cónsul: «Usted ya sabe quién es mi yerno, él no va a venir aquí, pero quiere ir a Portugal y no a España, pero no tiene pasaporte». Yo estaba indocumentado, no podía moverme en el mundo, no podía hacer nada. Se había resuelto mi problema inmigratorio, es decir, ya era residente legal en los Estados Unidos, y tenía permiso para viajar y no tenía garantía de poder volver. Pero yo dije: «No puedo esperar más». Habían pasado veinte años, por lo menos, que yo no había visto a mis padres y ya no podía esperar más. Mis padres no conocían a mi mujer, no conocían a mis dos niñas, que eran chiquititas. Es decir, corro el riesgo de no poder entrar en los Estados Unidos, pero ya tenía preparada la cosa para una posible entrada en México o en Cuba; ya los representantes de Cuba y de México me dijeron: «Si hay dificultad, inmediatamente nosotros intervenimos y te vienes para acá». Entonces cogí un barco y me vine con mi familia y mi suegro. Pero para el billete necesitaba un pasaporte, mi suegro fue al consulado, le habló al cónsul español y el cónsul español le dijo: «Mire, yo sin más, sin autorización y sin nada, le voy a dar un pasaporte». Y le dio un pasaporte: con ese pasaporte vine a Portugal, me instalo y alquilamos un piso, viene la familia y tal… Llevaba cinco o seis meses en Portugal, cuando la policía secreta me llama y me dice que no puedo seguir en Portugal, que tengo que salir de Portugal. No sé si la embajada insistió o no en que se me echara de Portugal; gente de España vino a verme y tuve algunas entrevistas con gente de España y, no sé si la policía secreta, que era al parecer bastante ágil, se puso en contacto con la embajada y tal. Estaba de embajador Nicolás Franco. Entonces mi hermano ya había estado allí, pero ya había vuelto para aquí, y le llamé, y vino, le dije lo que pasaba, que se me expulsaba de Portugal, que yo no sabía si con la expulsión necesitaba una autorización de salida de la embajada española, que me autorizaran a salir de Portugal; e incluso la policía portuguesa podía entregarme a las autoridades españolas. De modo que la situación era muy delicada. Entonces mi hermano me dijo: «Yo no dije de volver a entrar en España a nada; pero si se te ha ocurrido que te traigan a España, a mí el jefe de la policía de Ferrol me ha dicho que hay que provocarte un accidente en la carretera». Eso me dice mi hermano: «Ten cuidado, porque hay esta cosa...». Eso indica cómo molestaba yo en el extranjero al régimen. Y, ya en vista de eso, dije: «A ver si me voy a Francia, si me dejan salir voy a Francia. Vete tú que conoces a esta gente en el consulado, a ver influye, tu influencia…». Él fue al consulado, a la embajada española y arregló que me permitieran salir de Portugal. Me permitieron salir de Portugal y, entonces, me fui a París y, al poco tiempo, de París volví a los Estados Unidos. Fue mi primera experiencia en el cincuenta y siete. Pero más adelante, ya tengo la ciudadanía americana, y han pasado ya unos años, cuando me decido a venir a España de visita, pero mi visita a España fue una visita para ver a mi familia y nada más. Me instalé en Madrid e, inmediatamente, un policía todos los días delante del hotel donde yo estaba, y a donde yo iba me seguía por todas partes, de modo que estaba vigilado y tal... Había el peligro de que me detuvieran o me acusaran de lo que fuera, pero decidí correr ese peligro.

José Manuel González Herrán.- Probablemente existiría la sospecha, crees tú, de que conspirabas o tenías contactos con la posible oposición clandestina.

José Manuel González Herrán.- Yo no sé lo que pensarían, pero si sé que asignaban un policía secreto. Hablé con él: «Quiero facilitarle su labor, de modo que si usted quiere yo le digo de antemano a dónde voy, y a quién veo, y así tiene usted la información» (un poco irónicamente). Y el hombre, desconcertado con mi actitud: qué hombre tan raro… Pero no vi a nadie políticamente en España, ni hablé en España con nadie políticamente; vine exclusivamente a ponerme en contacto con mi familia y nada más. Invité a mi familia a que fuera a Madrid a pasar las primeras navidades conmigo; fue toda mi familia y estos chicos eran chiquititos entonces. De modo que siempre, mientras vivió Franco, no sé si vine dos o tres veces, siempre de incógnito, siempre sin… Pero al mismo tiempo, activo en la política de fuera y combatiendo al régimen desde afuera. De modo que salían artículos míos, a veces muy violentos; algunos hay recogidos en el libro, publicados aquí, muy cerca de la muerte de Franco, contra Franco y contra el régimen.

José Manuel González Herrán.- Me acuerdo de uno de ellos, a raíz de los fusilamientos de septiembre del setenta y cinco.

José Rubia Barcia.- Sí, de los muchachos estos del GRAPO. Al mismo tiempo que hacía eso, llegó a California un barco de guerra americano, y unos muchachos se declararon desertores y se salieron del barco; yo fui su defensor en los Estados Unidos, busqué abogados, ayudé…, y conseguí que no se les mandara a España. Y ataqué violentamente a los Estados Unidos, y ataqué violentamente a México, de modo que ya no es la adhesión. A mí no me importaba ser ciudadano americano, y, de hecho, lo aproveché para atacar las cosas que no me gustaban en el país en el que yo vivía, y no me persiguieron por eso; con el macarthismo, sí; después no me persiguió nadie por eso. De modo que mi actitud ya era un poco por encima de la problemática de un país determinado o del otro de más allá, era una lucha contra la injusticia y no contra unas cosas personificadas en unos individuos. De modo que otra vez es un síntoma eso de que estaba sur la mêlée, por encima de la cosa temporal e inmediata, y pensaba más ya en una humanidad más justa y mejor que la humanidad que nos tocaba vivir.

José Manuel González Herrán.- ¿Qué impresión (aunque sé que eso es muy difícil de simplificar) te produjo la sociedad española y la gente española con la que trataste en los diez últimos años, en los que has podido tener ocasión de hablar, no sólo con la familia sino con otras gentes?

José Rubia Barcia.- Mira, algunos de los intelectuales –no voy a mencionar nombres–, algunos de los intelectuales más destacados…, me han ocurrido cosas desagradables con algunos de los grandes nombres españoles, una vez que me puse en contacto con ellos; y algunas cosas en el terreno personal agradables. Pero no podía adherirme… Cuando se me invita para que colabore para los Cuadernos para el Diálogo, por ejemplo; yo renuncio a colaborar en los Cuadernos para el Diálogo: yo no podía creer que podía haber posibilidad de diálogo entre lo que yo sentía, pensaba, etcétera, y lo que ocurría en el interior de estas gentes que proponían la misma cosa. Algunos de los proponentes de eso… (lo recuerdo y aun así somos amigos), hubo una correspondencia mía con Aranguren…, y ahora voy a Madrid y como con Aranguren, porque lo considero una bellísima persona, etcétera; pero no pude estar de acuerdo con su actitud de convivencia y olvido; yo no podía hacer eso, me lo impedían mis entrañas; no mi cabeza, mis entrañas me impedían eso. De modo que mis vueltas a España han sido todas…, diría, más de sufrimiento que de conmiseración por la problemática de la vida española, por muchas razones. Es éste de ahora el primer viaje de los que he hecho a España…, es éste el primer viaje en que me encontré con jóvenes, no con gente mayor, con jóvenes con los que me he entendido perfectamente; es decir, los jóvenes con quien estuve en contacto en San Sebastián, en Bilbao, en Madrid, en Santander y aquí me han devuelto la fe en España. Pero lo anterior, no. Nada: no importa que haya sido gente que ha luchado, que no ha luchado…, gente arrepentida o que ha cambiado…, es gente con la que no he podido entenderme. Puedo tener una conversación cordial, pero no confusión de sentimientos, simpatía profunda, la esperanza en ellos la he perdido ya hace muchos años y no he podido recobrarla.

Descrición:
José Rubia Barcia foi profesor e crítico literario. Nacido en Mugardos, cursou os seus estudos universitarios e pasou a Guerra Civil en Granada e acabou facendo os traballos máis diversos nos seus longos anos de exilio, como guionista e dobrador de cine con Luis Buñuel e, finalmente, como profesor na UCLA. Viu publicados algúns dos seus libros grazas ao mecenado de persoas como Isaac Díaz Pardo.
Este ficheiro sonoro é parte da longa entrevista que o profesor J. M. González Herrán lle fixo no verán de 1985 e que ben pode considerarse unha «autobiografía» autorizada de Rubia Barcia.

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