Proxecto epístola

Agrupación de coleccións epistolares para a páxina institucional do Consello da Cultura Galega.


45 E. Franklin St.
Waynesburg, Pa
Junio 8, 1948

Querido Luis:

Sospecho que te voy a escribir una carta más disparada aún que el papel de que dispongo en este momento para escribirte. Pero aún no pude reposar del jaleo de los exámenes y ceremonias de fin de curso y de entrada en el último año del centenario del colegio. Para colmo, acabamos de recibir la visita del Dr. Stockwell, el director del Seminario de Teología de Buenos Aires, que tú conoces, pues nos acompañó a casa del Sr. López, el bibliófilo. Aún hoy tuve una conversación de dos horas y media con el jefe del Departamento de Lenguas Modernas del colegio, de quien dependo en mi calidad de jefe del Departamento de Español. Tengo, pues, la cabeza hecha un taco real y verdadero, y una cantidad de compromisos atrasados que me aterra. Pero ahora vamos a ver si hablo de lo que más me urge. He recibido tu última carta fecha 23 de mayo, hace unos días y casi inmediatamente después, el libro que me anunciabas. La desesperación que me causó la carta la disipó el libro; es realmente lo que merece ser un libro tuyo, mejor dicho, lo que tiene que ser: original, sincero, impetuoso, dinámico, claro a su manera, prometedor y sustantivo. Las ilustraciones no son las que cabría esperar, pero no por eso son menos valiosas, sino acaso más. Uno no puede nunca sospechar las posibilidades de las líneas de tu mano hasta que se encuentra frente a frente de los dibujos. Las de estos viejos o viejo asombran simplemente por su riqueza, su madurez, su alcance. Nada dejan fuera de sus imprevisibles mallas y casi me atrevo a afirmar –no te extrañe la cautela ante tan aventurado problema– que nada dejan fuera tampoco. Llegan hasta donde deben, con una audacia goyesca –aquí goyesca significa meramente genial– y se detienen, no menos audazmente, en el límite natural de su misión plástica. ¡Qué distancia de vértigo media entre estas líneas y las de Homenaje a la Torre de Hércules, sin ir más lejos! A mí me asombran estas líneas como me asombra el canto de un mirlo, un almendro en flor o un planeta o cualquier otro cuerpo celeste que de pronto hace su aparición por un borde del horizonte y se borra con la luz del alba. Y acaso aún más, porque estas líneas son el testimonio más directo, más inmediato y claro del espíritu, esto es, de esa potestad creadora de que el hombre-producto de la creación participa en proporción superior a la de cualquier otro ser vivo. De todos los dibujos, te hubiera robado el original del último si hubiera estado en ésa, pese a todas las imaginables y más que justificadas protestas de Maruja. Estos remiendos son la costra mítica en que aparecen cristalizados el humano recuerdo y el humano anhelo, o si lo prefieres, el Mito. Pero dejemos por hoy tus líneas, que tanto me fascinan, para hablar de algo más plebeyo. Tenemos una casa al fin: cinco habitaciones, cocina, cuarto de baño, sótano y un campito suficiente, pero nada más, para hacer la casita del perro. A veinte metros del parque del colegio, con un balcón y unas ventanas hacia el nordeste y hacia el sureste. Por el momento, esta casa está casi vacía; entre las cosas que hay dentro, casi todas, excepto los libros, son prestadas o adquiridas mediante crédito. En cortinas de papel, clavos, cuatro malas cucharas y tenedores, dos sillones y un sofá de segunda mano, linóleo, algunas macetas y otras mandangas llevamos gastado un dineral, o sea, los dólares que nos habían ofrecido para ayudarnos en el viaje. Quedamos sin blanca, pero tenemos una casa que, por situación sobre todo, nos parece un sueño. En frente de las ventanas, y en especial de las de Cuqui, hay unas celindas y unos rosales divinos, donde desde el alba hasta el anochecer, canta con entusiasmo nunca visto los tordos y los cardenales de aquí, mucho más músicos que los argentinos. A lo lejos se divisan perfiles de colinas tupidas de arces, robles, manzanos silvestres, sicómoros y otras especies. Tenéis, pues, una casa en Waynesburg tú y Maruja y demás amigos. Y la tenéis sin reticencias. Aunque en honor de la verdad, de la verdad monda y lironda, deba añadir que una casa aquí no basta. Con ser importantísima, la casa supone alrededor de la sexta parte del salario. Aquí lo serio es el mercado, los comestibles, al revés de lo que sucedía en ésa cuando nosotros llegamos de Inglaterra. Es, pues, necesario pensar en lo demás ahora que ya hay un techo donde cobijarse en un momento dado. Y esto requiere un largo rodeo apenas iniciado. El presidente del colegio estuvo internado en el hospital a viva fuerza: las piernas no le sostenían, sin la mínima exageración, y en su cabeza las ideas y los recuerdos eran un verdadero enjambre. Por fin, lo dejaron salir para las exigencias de fin de curso, pero aun así la secretaria permite a muy pocas personas acercarse a él. Ahora, en estos días, terminaron las clases de invierno y el quince empiezan las de verano, mucho más llevaderas; por ejemplo, yo paso de 18 clases semanales de una hora o 55 minutos a cinco clases de 90 minutos. Esto quiere decir que el presidente tendrá tiempo de descansar y de atender a la gente que nos sea ni albacea ni alto dignatario, y yo tendré más libertad de acción para presentarle tu problema. A él lo conoce y admira medio mundo en estos contornos; entre otras facultades tiene la de conceder títulos honorarios u honoríficos a quien le parezca bien. Por ejemplo, ayer otorgó el de Doctor en Ciencias a uno de los ingenieros más encopetados de la Institución Carnegie de Pittsburgh en presencia de la facultad o cuerpo de profesores y de los graduados. Así pues, si a él le fuera difícil hacer frente por sí mismo a tu situación, espero (que) me presente a quien esté en mejores condiciones o respalde gestiones mías encaminadas a tal fin. Creo que nadie mejor que la Carnegie misma, que está aquí a mano. Bastaría que patrocinasen una exposición tuya, que te hiciesen algún encargo de importancia para saltar la burocracia de inmigración, que es el hueso aquí, etc. Con el permiso de residencia todo iría como la seda siempre que te avinieras a aceptar ciertas peculiaridades puramente formales de aquí. Pero de esto hablaremos más adelante, acaso pronto. Yo no quiero hacerte creer sin fundamento que las cosas son fáciles porque no me lo permite mi conciencia. Las cosas son difíciles, lo sabes bien, tan bien como yo; pero, cosa curiosa, lo imposible desde ahí parece factible desde aquí, y es que ahí sólo hay burócratas asustados o poco menos, y aquí hay personas que inspiran mucho respeto en Washington y que acaso son temidas. Las personas aquí pesan mucho y las hay que cuando comprenden lo justo de una demanda, no vacilan en apoyarla sin reservas. Es así como nosotros vinimos, como sabes. Nosotros haremos por ti lo que hicimos por nosotros, sin precipitaciones, porque no es posible, pero sin que nos venza nunca el desánimo. Que estas palabras te den confianza y calma en todo trance. Yo creo que la entrada como turista dificultaría las gestiones posteriores, pues despertaría recelos y los recelos nunca fueron buenos y menos aquí; se perdona la franqueza, por brutal que a veces parezca, no la cuquería. Calma, pues, y buen ánimo. Y vamos a otra cosa, no menos complicada que tus líneas y tu venida en su sencillez objetiva. Trátase del problema de la casa de ahí. Como creo que sabes, dejamos la casa a nuestro nombre con un matrimonio norteamericano dentro. Como pudiera resultar que lo de aquí no cuajara definitivamente y como había dificultades para traspasar el contrato sin elevar la renta por una parte y sobre todo para traspasarlo a quienes nosotros deseábamos, con la autorización del administrador metimos en casa dicho matrimonio a cambio de la venta de nuestros muebles: una radio, una estufa de cobre, el comedor (sillas y mesa), camas, armarios de libros, etc. y especialmente el teléfono, en 3.000 pesos. Teníamos ofertas mejores, pero la señora norteamericana era amiga de Alicia, tenía una hija enferma que necesitaba sol e iba a una escuela que está a dos pasos de allí. Pero ahora resulta que, al parecer, la señora no se ve por que, a poco de llegar, dijo al portero que nosotros no volvíamos, y este, que esperaba una comisión talvez con otros inquilinos, dio cuenta al administrador y se armó al parecer un lío gordo. La señora norteamericana apenas sabe cuatro palabras de español y parece que a pesar de mediodía de explicaciones de Alicia no se enteró bien de la situación ni de nada. Por ejemplo, confundió la estufa de queroseno con la cocina de gas, propiedad, como es lógico, del dueño de la casa, y ahora nos culpa a nosotros de una cantidad de desatinos insospechados y nos reclama parte del dinero. Desde luego, nosotros nunca dijimos que no fuésemos a volver; se metieron en el departamento con el consentimiento del administrador y con el contrato de casa y teléfono a nuestro nombre, por ser esto lo habitual en casos en que el inquilino se ausenta temporalmente; y por fin, la señora sólo tiene un recibo firmado por nosotros de 3.000 pesos argentinos por la venta de los enseres del departamento. Siendo esto así, a mí no me cabe en la cabeza que la señora tenga base legal para hacer cosa alguna en contra nuestra. Pero no deja de amenazarnos, y Alicia está aterrada, sobre todo porque procedimos con dicha señora con una claridad y una limpieza intachables. El matrimonio que vino con nosotros en el barco dejó su departamento en las mismas condiciones por casi el doble –5.000 pesos argentinos–, y eso que estaba en un sitio poco comunicado del barrio sur. A estas alturas nosotros ignoramos en qué situación está la señora en la casa; en la primera carta nos decía que la ponían en la calle; en la segunda carta en octubre nos dice que le cobran mensualmente 30 pesos más de lo estipulado en el contrato nuestro, y que además, para abandonar el departamento el administrador le pide 500 pesos. ¿Habrá hecho un contrato nuevo con el administrador por 170 pesos mensuales, y por no haber pasado el tiempo estipulado el administrador le pidiera una indemnización? ¿Será todo un cuento para intimidarnos? De contar con dinero, hubiéramos cortado por lo sano devolviendo a la señora lo que nos dio por los muebles, y san se acabó; pero a estas alturas no contamos con nada salvo el estricto salario mensual con el que vivimos. Tú que eres abogado después de todo, ¿qué crees que la señora puede hacer contra nosotros? Y si tu abogacía, como supongo, no desciende a estos laberintos, ¿podrías preguntar a un buen abogado de ahí, a un veterano de estos jaleos, qué cabe hacer? Creo que la precaria salud de Alicia tiene por causa esta situación realmente estúpida. No olvides que; 1) Para los efectos de la administración, nosotros dejamos el departamento a esta gente en nuestra ausencia; 2) Por la venta de los muebles firmamos un recibo de 3.000 pesos; 3) La señora –mejor dicho, su marido– firmó un papel para nuestro fiador el contrato de alquiler comprometiéndose a pagar mensualmente los 140 pesos de renta estipulados en dicho contrato (que Dieste tiene en su poder); 4) A nadie se ha dicho que no volveríamos. Te ruego (que) estudies esto con cuidado, pues los embrollos proliferan como las zarzas por lo que se ve, y a las personas no hechas a ellos le quitan el sueño y acaban por arruinarles la salud y el humor tan necesarios siempre, pero más ahora. No sé si Frontini o Baudizzone podrían sacarte de apuros; pero acaso fuese mejor un abogado menos literato. Bien sabes que aprecio a estos amigos; pero los aprecio como hombres de letras. Talvez Melella o López u otra persona hecha a la vida de los negocios te oriente sobre el abogado a quien acudir. Desde luego en cuanto sepamos el importe de la consulta, te lo giraremos por el medio más rápido. Por lo demás, ten en cuenta que Alicia está terriblemente inquieta y Cuqui lo mismo, pues hasta llegan a temer que las expulsen de los Estados Unidos como resultas de esta, a mi parecer, menudencia. Bueno; ahora para terminar, una ráfaga de preguntas y encargos menores. ¿Sigue saliendo Gaceta del libro? ¿Sigue saliendo Realidad? Le mandé a Ayala un estudio sobre Eliot de una profesora auxiliar del colegio y aún no tuve contestación ni acuse de recibo. ¿Cómo va el trabajo de casa de Melella? ¿Qué es de Mariano Gómez, nuestro amigo, no el ilustre? ¿Salió el libro de Dieste en la Suramericana? ¿Está ahí Alonso ya? ¿Cuales son las señas y el nombre de Silveira? Acaso se me ocurra escribirle unas líneas en un momento dado. No dejes de mandarme por avión uno de los primeros ejemplares que salgan de la imprenta de tu monografía; manda otro al Museo de Arte Moderno de Nueva York y otro a la Carnegie; las señas de este ejemplar te las concretaré más adelante, pues ahora no las tengo a mano. No olvides la importancia de tus acuarelas de Buenos Aires: como te dije entonces, un libro de acuarelas de este tipo sobre Pittsburgh –ciudad de grandes chimeneas , puentes de acero, altos hornos, minas, etc.– te consagraría aquí en el acto, y quien sabe lo que de tales acuarelas puede resultar. De tenerlas aquí, serían la mejor carta que jugar a favor tuyo. Voy a escribir algún artículo para La Nación. Siguen allí Mallea y Sirio, ¿no es verdad? Por aquí encontré algunos datos de interés sobre Galicia. ¿Donde se puede encontrar la gramática gallega de Saco y Arce? No es la que encabeza la Crónica Troyana? ¿Es posible copiarla? La leyenda de san Eros se encuentra también en Alemania. Compré un libro sobre la evolución de la lengua portuguesa desde el bajo latín; se publicó en Filadelfia en inglés. ¿Te acuerdas del sanguino, una planta o arbusto más concretamente, con bayas vinosas como el sabugueiro, de que un día hablé con tu padre? Encontré su nombre: cornejo, en castellano. Tiene aquí un pariente, el dogwood, maravilloso, por sus blancas flores de gran tamaño. ¿Sabes que Colmeiro, el botánico, publicó un diccionario sobre plantas del Nuevo y Viejo Mundo, aclarando su nomenclatura? Daría un pico por tenerlo. ¿Lo hay ahí? ¿Sabe algo de esto Manuel? ¡Qué analfabetos somos con relación a nuestros hombres! Acabo de hacerme ampollas plantando tomates y coles; por esto, te escribo ¡con dificultad! Seguiré otro día. No demores mis encargos. Abrazos de todos para los dos. No os dejéis deprimir. Recuerdos a tus padres y hermano.

Otero

[Manuscrito na marxe esquerda da primeira folla:] Si veis a la señora del departamento que se llama Ulrs Jolly no la digais que no pensamos volver.

Ficha documental [Imprimir]
  • Forma parte do conxunto:
  • Fondo: Luís Seoane depositado na Fundación Luís Seoane.
  • Data:
    08/06/1948
  • De:
    Xosé Otero Espasandín
  • Para:
    Luís Seoane
  • Orixe:
    Nova York
  • Ficha descriptiva:
    [Carta mecanografada con correccións manuscritas]
  • Termos clave: