Proxecto epístola

Agrupación de coleccións epistolares para a páxina institucional do Consello da Cultura Galega.

Mi querido Manolo: no debía escribirte hoy, pues tú, que me dices lo haga yo todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes, pues casualmente los dos días peores que he tenido, hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya. Ya me vas acostumbrando, y como todo depende de la costumbre, ya no me hace tanto efecto; sin embargo, estos días en que me encuentro enferma, como estoy más "susceptible", lo siento más. Te perdono, sin embargo, aunque sé que no tendrías hoy otro motivo para no escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida. Pero no reñiremos por esto, cuando tan desdichados somos ya. Yo prosigo con mucha tos, mucha más que antes, aunque me cesaron los escalofríos. Sin embargo, se me figura que este golpe ha sido demasiado fuerte y que si llego a sanar, que no lo sé, me han de quedar restos y reliquias. Ya sabes que no soy aprensiva y que cuando estoy buena no me acuerdo de que he estado enferma, pero te aseguro que éste ha sido un golpe de lanza soberano y que no sé cómo quedaré. Te confieso que lo mismo me da, y que si en realidad llegase a ponerme tísica, lo único que querría es acabar pronto, porque moriría medio desesperada al verme envuelta en gargajos, y cuanto más durase el negocio, peor.
¿Quién demonio habrá hecho de la tisis una enfermedad poética? La enfermedad más sublime de cuantas han existido (después de hallarse uno a bien con Dios) es una apoplejía fulminante, o un rayo, que hasta impide, si ha herido como buen rayo, que los gusanos se ceben en el cuerpo convertido en verdadera ceniza. Pero dejemos de hablar de esto, puesto que, según todas las trazas, sea hoy, sea mañana, más tarde o más temprano, pienso que tendré que morir despacio y a modito, y sin duda será un bien, porque en realidad me hallo cada vez menos resignada, y por lo mismo menos a bien con Dios; y de este modo, muriendo de repente, me iría muy mal.
Pero reflexionando en lo que te escribo veo que soy una loca, y tienes mucho que perdonarme. Tú ya sabes que cuanto estoy enferma me pongo de un humor del diablo, todo lo veo negro y, añadiendo a esto que no te veo y nuestras circunstancias, malditas cien veces, con una bilis como la mía, no hay remedio sino redactar una carta como esta, precisamente cuando va dirigida a la persona que más se quiere en el mundo, y a la única a quien se le pueden decir estas cosas. Perdóname, pues, y sobre todo no me hagas caso. Muchas veces he creído que iba a morirme y aún estoy [viva, y probablemente esta vez, si] Dios quiere, sucederá lo mismo.
Sigo tomando la leche de burra, pues el buen médico no me dijo ni oste ni moste, ni me dio más remedio; hoy compré otra botella de cerveza, y le regalaré a esos ladrones con título 28 cuartos. Gallinas no quiero comprar más; lo mismo me he de morir de un modo que de otro. Hoy cuando quise mandarte los libros ya era tarde, pero mañana irán sin falta trece tomos y La guerra de los dioses, que bien harías en quemarla, más bien que en darla a nadie, pues esas obscenidades ensucian en donde están. Veremos si mañana soy más feliz que hoy. Se me olvidaba. Tu tía Teresa está ahí, pues al pasar por allí la niña la vio, pues la llamó ella y le dijo que me diese un recadito, y que no venía por aquí porque estaba sola la tía Pepa. Yo no salgo, pero aunque así no fuera, no iría a verla. Respecto a lo que me dices de comprar sillas para tu cuarto, etcétera, nada haré…

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