PROXECTO EPÍSTOLAS

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2 MENCIóNS A Simón Feldman (1922-)

Epístolas
Mencionado/a [2]
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
1975-02-14 Mencionado/a
Carta de Pérez Prado a Seoane. 1975
Bos Aires
Transcrición

Transcripción da epistola Carta de Pérez Prado a Seoane. 1975 en 14/02/1975


Buenos Aires febrero 14 de 1975

Mi querido Seoane:

Circunstancialmente varias y, creo que debo aceptarlo, un poco de resistencia interior, demoraron esta carta imprescindible. Cuando me llamó usted antes de partir, le dije que hubiésemos tenido que hablar en eso días y –añadí– trataría de reemplazar ese diálogo con una o más cartas. Y aquí me tiene, cumpliendo con esa necesidad que es también una obligación; escribo en mi bufete hospitalero, en un pronto, sin buscar elegancias y apenas levantando mi cabeza sobre un mar de inquietas dudas. Trataré de ser claro, sincero como lo fui siempre que pude y ahora sé que puedo y debo. Le pido que con su tradicional franqueza me responda; sus consejos, absoluciones o palmetazos serán por mí bienvenidos una vez más y de todo corazón.
A riesgo de fatigarlo, será menester un poco de historia. Usted conoce a Jorge Prelorán y a sus deseos de filmar una película sobre nuestra Tierra y pueblo; es, creo, uno de los frutos que ayudarán a perdonar las muchas faltas de mi librito, pues en él descubrió este niño grande a nuestra Galicia y empezó a dolerle nuestro drama. Pero entre los sueños del filme y su concreción mediaba un abismo de millones que sólo pudimos rellenar con amistad y fantasía. El asunto trascendió, sin embargo, y lo comentaron algunos paisanos. Por fin y como residuo, quedó en el aire la sensación de que yo conocía a un gran experto en cine –y, para colmo, americano– a quien las cosas de Galicia interesaban. Y un día, en el Centro Gallego, me abordó Valentín Fernández con la pregunta de si a ese amigo que decían que yo tenía podría hablársele de un trabajito profesional: el de poner en mínimas condiciones potables unos cuantos metros de película que guardaban en el Orensano.
Y lo puse en contacto con Jorge y vimos ese material. Castelao aparece algunos segundos, el resto son escenas donde con gran tenacidad y cómplices sonrisas aparecen y desaparecen –y, fatalmente, reaparecen– el señor Puente y el señor Prada más algunos otros, menos perseverantes. Ese malísimo documento, al que no falta cierta macabra inocencia, incluye como agregado metros filmados en Galicia y en España donde con buena vista alcanzan a verse lugares en los que vivió Castelao.
Prelorán dijo que no quería hacer, a estas alturas de su vida y evolución creadora, tareas como ésta que le pedían, de mínimo profesionalismo, aún si cumplían con las amenazas de pagarle bien. Él buscaría un amigo capaz y esa compaginación, pegoteos y mínimas tijeras que pedían los dejaría satisfechos a corto plazo y costo. A esta declaración de asepsia o voluntad artística siguieron días y semanas de avances y retrocesos, danzas y contradanzas cuyo detalle menudo es inútil. Lo cierto es que, paso a paso, con americana tenacidad por el lado galaico dirigido por nuestro robusto paisano y con barrocas gallegadas por cuenta del indeciso Jorge, llegose a un acuerdo muy alejado del proyecto original. Prelorán, a quien entre tanto zambullí en el mundo plástico de Castelao, filmaría una película con toda libertad y como él sintiera la cosa. Sólo pedía un algo así como una beca, una asignación mensual capaz de mantenerlo durante los seis meses previstos fuera de otros compromisos y dedicado, pues, plenamente a su nuevo personaje. Habría que pagar las facturas que apareciesen en concepto de película –en blanco y negro, pero muchísimos rollos– y quizás otros gastos. (Para dar a usted la información más completa: los honorarios totales de Prelorán fueron por él fijados en dos millones y medio, que prefería en cuotas mensuales durante el semestre) Jorge pidió todo el material gráfico posible, independencia y un asesor que trabajaría duro y en equipo durante los seis meses y que él elegiría. Por supuesto que resulté yo y que abrumado por las dudas y las reservas que usted supone ni siquiera acepté: simplemente descubrí que estaba metido en el asunto sin remedio. Alcancé, sí, a declarar exigencias mínimas: yo colaboraría si entendíamos todos que se trataba de una película de Jorge Prelorán sobre Castelao; empresa que requería dineros, materiales y cierto asesoramiento; que como en cualquier trípode bien equilibrado cada una de las patas valía tanto como las otras y sólo valía en conjunto; nadie, pues, fuera de Prelorán y en tanto creador, podía llamarse campeador en la odisea. Exigí también libertad para moverme por sobre los valados, los muros y los fosos que separaban a quienes pudieran colaborar o a quienes yo debía informar. Hablaría con todos y con la mayor franqueza; así lo hice y hasta ahora sin tropiezos. Prada, Faustino Iglesias, Abraira, Pita, el Tacholas, etc.., me ofrecieron lo que tenían luego de conocer de qué se trataba. Se realizaron las filmaciones. En lo de Prada, por ejemplo, sudamos varias horas bajo lámparas y por fin le quedamos dos veces la instalación eléctrica. Con artes diplomáticas que hubiera consentido Gondomar, pero con la mayor limpieza y claridad pasé de Fulano a Zutano que se detestan y de Mengano a Perengano que no pueden verse. Al parecer, todos comprendieron como traté de convencerme yo de que se trataba de una oportunidad para divulgar la obra de Castelao y que no era el caso de hacerle el caldo gordo a nadie aunque a la postre se lo hiciéramos... Actué con una voluntariosa inocencia y con una instrumental ingenuidad, pero sin ocultar, ante cada uno de los bos e xenerosos, mis dudas y recelos.
Llevamos gastado lo que a mí me parece mucho dinero. Hay pilas de rollos filmados y estamos a pique de terminar con el registro gráfico; la casa de Prelorán es un museo de material tridimensional aunque no creo que podamos mostrar nada muy original. En fin, pronto vendrá la tarea en sí y quien sabe qué con ella. Trataré de salvar para nosotros a la película. Jorge puede hacer otra gran obra de arte de las suyas, quizá, pero si alcanzo mi propósito, no quedará el filme en eso, con ser tanto, y llevará expresado el compromiso ineludible.

Seoane: retomo la carta unos días más tarde. La independencia que goza –por ahora– Prelorán, me tranquiliza por un lado y me inquieta por otro. Es una especie de fértil retiro donde no llegan las interesadas presiones y es una patente de corso que Jorge puede usar como un niño en una confitería: probando lo que solicita el gusto o el capricho y dejando a un lado, quizás, el alimento de substancia. Claro que soy yo quien tendría que guiar a Jorge y darle un rumbo a seguir, una inexcusable melodía a tocar para que la adorne, si quiere, con variaciones y genialidades. Pero no es fácil, ya lo veo. Ayer, por ejemplo, pasé unas seis o siete mortales horas para convencer al barbado de que lo del 28/6/1936 es el meridiano al que corresponde ajustar el tiempo de la película. En otros términos: que hasta esa fecha se trepa por distintos caminos de diferente conciencia y desde allí se baja lentamente. Y que tanto la subida como el descenso existen y cobran sentido contempladas desde la cima. Y que luego de aquel 28 de junio y en dramática dialécticas con las Españas y el mundo entero se pierde con un juego de altibajos donde alternan los zumos frescos de la esperanza con las amargas hieles de la impotencia y los vidrios molidos de la tradición.
Como Jorge es, además, músico, creí lícito apelar a metáforas de pentagramas y le dije que, a mi juicio y aparte de todo lo que inventara su genio y enriqueciera la línea interesaba, sobre todo, esa línea: un crescendo donde hasta el clímax jubiloso, un calderón de hora estelar y epifanía; y un descender quebrado, luego. En esa lisis, el nervio vertebral de nuestro drama concierta su diálogo con la esperanza escuchando los ciegos instrumentos: desde las trompetas claras y los timbales limpios al ovillo enfermizo de tantos y tantos violines sin que falte la prestidigitación de las arpas. En fin: Gondomar tratando de venderle whisky a su Graciosa Majestad, sólo que con un propósito nada tabernario. Y Prelorán, que naturalmente carece de mucho de lo que nos sobra y quiere a nuestra Tierra, pero todavía ella no le duele, respondía con iracundas genialidades y afirmaciones técnicas. ¡Eso no es cine! ¡Eso carece de ritmo cinematógrafo! ¡No se puede; no tengo, no veo, no sospecho imágenes para dar fondo a esa historia! Pero creo que lo dejé preñado: me pidió, al fin, agotado y meditabundo, una suerte de guión esquelético donde yo, para su información, le diese formalmente mi idea de lo que tenía que ser la película. En eso estoy.
Quizá dentro de algunas semanas y seguramente dentro de un par de meses sabré con alguna certeza si el medio año que le regalo a esta patriada está justificado. Y usted conocerá entonces mi desaliento, mi conformidad o mi esperanza.

Con el afecto de siempre y con mis cariños para Maruja le envío un apretado abrazo.

Antonio

Antonio Pérez Prado
Salta 760, 3ºB
Buenos Aires

P.S. En un momento, se entreveró en el proyecto S. Feldman, quien tiene una gran experiencia en lo que llaman ellos animación (o sea, filmar estampas, dibujos, etc.). Hasta llegó a pedir un millón de pesos en concepto de honorarios y se aceptó su ingreso al equipo –y todo por sugerencias del propio Prelorán–; sin embargo, se apartó luego, excusándose por su mucho trabajo. Alcanzamos a charlar y me dijo del cariño y admiración que por usted siente. Y, por fin y al fin, tome al pie de la letra todo lo que le dije y no acepte por ahora otras versiones... que ya las vi impresas y no del todo veraces.

1975-09-02 Mencionado/a
Carta de Pérez Prado a Seoane. 1975
Nova York
Bos Aires
Transcrición

Transcripción da epistola Carta de Pérez Prado a Seoane. 1975 en 02/09/1975


Buenos Aires, 2 de septiembre de 1975

Mi querido Seoane:

Hace ya largo tiempo recibí su carta. Hoy, como en aquella mía que usted contesta, vuelvo a mis tribulaciones cinematográficas.
Con mil inconvenientes, con periódicas glaciaciones, con prolongadas y vociferantes sequías, con desalientos aluvionales y con varias y firmísimas determinaciones –por cuenta de Prelorán y por mi humilde cuenta– de plantar, abandonar y entregar, quizá con un suspiro de alivio, todo el material filmado, seguimos adelante con nuestro Castelao. Y ahora y aunque parezca mentira –a mí me parece un sueño– estamos ya en la última etapa y es más fácil terminar la obra que dejarla morir nonata. La filmación que resta será la de algunas fotografías que aparecerán en nuestras excavaciones de periodismo arqueológico; unos segundos más o, como diría nuestro barbado Prelorán, algunos pies de film y listo. Tenemos lo suficiente para cien minutos de proyección; el material desechado no es mucho: quizá otro tanto. Esa relación de 2 a 1 es muy económica y debemos agradecérsela a Jorge quien ahora es medio gallego y del todo galleguista. Él supo disparar su cámara con acierto sobre los documentos que allegamos entre todos, batiendo la selva de papel. El ojeador más fértil, Roberto Rodríguez, encargado de la biblioteca del Centro, mostró un ansia venatoria indeclinable.
Yo soy el autor del libro, según rezan los carteles. Mi oficio, sin embargo, tiene más requilorios y fue más complicado; pues debí meter en el asunto a Prelorán, adobar y condimentar a nuestro gusto la marmita, luchar en dos frentes principales y en multitud de secundarios y demostrar, en fin, que la raza de los Gondomares dura tanto como nosotros. A veces, lamento no haber escrito un diario, un journal de la película; otras creo que hubiera sido casi imposible derramar en papeles tantas incidencias y tantas malas sangres, fatigosas dialécticas y tornadizas meteorologías. Pero no sé si alguna vez, con más recuerdos que documentos, no me pondré y, al volar de la máquina, no dejaré crónica del periplo. Le aseguro que tendría su interés y, por lo menos, justificaría tal cual defecto o exceso.
Castelao irá en dos grandes rollos: primera y segunda parte. En 35 mm lo común es tener dos proyectores a mano; en 16 mm eso no suele ocurrir. Hay que contar con un intervalo, pues, que sería brevísimo en caso de no rebobinar enseguida. La banda sonora es del tipo llamado internacional, para distintas versiones. Por ahora grabaremos dos: castellano y gallego.
El orden que sigo en el relato es el lineal y cronológico, casi siempre. Fotografías de Castelao, sus dibujos, las fotografías de personajes o sucesos que fueron importantes en su vida y en lo que más importó a su vida; algunos metros de película que nos lo muestran en viajes, inevitables banquetes y hemerotecas. Ese material gráfico es la imagen que apoyan meses de librerías, archivos y principales: la de Castelao y la del relator; muchas otras, diversas, recitan los famosos epígrafes. Si estuviéramos filmando un libro mío cualquiera, previo y completo, las cosas me resultarían menos inquietantes. Yo sería el autor de unas letras y Prelorán buscaría los señores que las pronunciaran y los escenarios en que lo hicieran. Pero nuestro camino discurre exactamente al revés. Encontramos las escenas, los documentos gráficos y debemos armar –y modificar continuamente, sin perder el norte– la historia para sacarles provecho y ensartarlos como perlas. Imagine mis piruetas.
Después de no pocas escaramuzas iniciales y de un paciente trabajo doctrinario que me dio al fin sus frutos en Prelorán, conseguimos armar una estructura con ritmo cinematográfico –a pesar de la sofocante mayoría de escenas fijas– y, creo, eficaz. Quiero decir que cualquier persona de mediana sensibilidad y completa ignorancia en la materia puede tolerar sin fatigas esa hora y media y ya no puede ignorar quien fue Castelao y cual su lucha y cuales los problemas de nuestra patria gallega.
La película empieza con fotografías de la niñez de Castelao y con su voz. Todos los parlamentos que dice esa voz en primera persona están sacados textualmente de sus obras: libros, discursos, papeles diversos. Yo traduje con fidelidad y recorté con intención y de la manera que convenía según nuestro propósito y las posibilidades de imagen con que contábamos. Prelorán fijaba los estrechos límites temporales. Así Castelao, con fragmentos de su obra, nos cuenta su vida y explica lo que mostramos ayudado por el relator. Pero esa estructura debía contener su mensaje patriótico en forma clara y agónica, dramática. Y yo tenía que hallar la manera de representar o encarnar de algún modo la tontería centralista, la españolada de chafarrinón, el menosprecio de corte. Y entonces, y para los años que llegan al advenimiento de la Segunda República, elegí como figura contrapuntística a don Alfonso XIII. Con la imprescindible y santa pequeña injusticia y perdonable malicia que tienen inevitablemente estas cosas, elegimos entre sus muchas fotografías aquellas que lo muestran en sus diversos años y en su constante bobalicón perfil. Atusándose el bigote en una, vestido como un polista británico en otra, al comando de un luciente automóvil en esta, empingorotado y con charrateras; en un sarao, en un arenal de Marruecos o dando limosnas; en una corrida de toros, en el palacio, en el hipódromo. No es mucha imagen real en total computable, pero cada una de las veces en que interrumpiendo el relato aparece Su Majestad unos compases de pasodoble torero añaden su bronce y su chunga al contrapunto. El ser contemporáneos, tocayos y el haber coincidido etapas importantes de sus vidas en fechas muy cercanas (y el tener muchas fotografías del Borbón, claro) me incitó a brindar a nuestro paisano tan elegante partenaire. Conseguí además, espero, gracias al rey y a sus veleidades, sus tropiezos en Marruecos, sus lances políticos y su política de reinado, mostrar con cierta agilidad esa historia que vivió España y el mundo en los años que van desde Rianxo a esa primavera del 31. Después, apoyo mi contrapunto en los grandes acontecimientos y en algunos de sus protagonistas; el relator apostilla las imágenes del bienio negro, de los estatutos y del Estatuto, la Guerra de España, la Guerra Mundial y el triunfo, la postguerra y la derrota.
Prelorán grabó muchas voces buscando a la de Castelao, que no se pretendía omitir y ni siquiera evocar. Quería un hombre viejo, que no fuera ni se creyese actor, ni locutor. En la del señor Baltar –quien ya dijo todo el texto de Castelao– cree Prelorán haber hallado lo que buscaba. El relator debía ser más joven, con voz y acento diferentes. Luis Medina Castro fue el elegido y ahora ensaya mi texto. Luego, como dije, muchos anónimos cuyo timbre o estilo encajan en los epígrafes. La banda sonora –que incluye música– es cosa de Prelorán y del asesoramiento que me permita.
La tarea de Prelorán ha sido –y es– formidable. No puedo imaginar a nadie tan atrapado por una vida de la que no tenía sospecha y hasta por un país en cuyas venturas y desventuras lo introdujeron no hace mucho mi librito y nuestras charlas. Sus ahogos económicos –aún los domésticos– fueron muy grandes en estos malos tiempos y, con la inocente blandura que usted diagnosticó, Jorge fue lastimado muchas veces por las actitudes del entorno que usted, asimismo, tan certeramente pronostico. En gran cariño y respeto trabajamos durante meses con algunas crisis de su parte. Hace unos días, y sin que esto lleve relación directa con nuestro trabajo, pero sí en forma de bienvenida compensación y alivio, Jorge acaba de ganar (por segunda vez) la beca Guggenheim. Tratará de cumplir la mayor parte de su término en la Argentina.
Quizá, luego de los primeros y muy difíciles momentos, los inconvenientes más grandes que tuve con Jorge fueron debidos a un violentísimo celtismo que contrajo en las páginas de Castelao. Su parte de sangre irlandesa entró en ebullición y pronto mostró un fanatismo digno de cualquier troglodita de la Cova Céltiga. Y hasta con la ayuda de Simón Feldman imaginó una serie de mapas animados con los más peregrinos desplazamientos de las célebres tribus. Llegamos a una etapa en que los celtas y su influencia parecían bastarle para explicar todo y a mis violentos contraataques respondía con santa indignación, hoscos silencios y renovadas guerras y guerrillas. En su casa de él y en la de Simón o en cualquier lado mientras filmábamos –él por los celtas y yo aliado a cualquier otro pueblo histórico que me viniese bien o sólo, a pie firme– luchábamos con denuedo y sin cuartel. Temía yo y temo, pues Jorge me parece incurable celtómano y didactomaníaco, que se malograra nuestro esfuerzo y en especial su magnífico esfuerzo al seguir cualquiera de las teorías históricas más o menos tópicas que luego pasan o pasaron de moda, amén de aguar el mensaje y ablandar el carozo. Y, mañosamente y sin que me faltara razón, le decía que una cosa es el celtismo –actitud emocional y hasta postura existencial muy digna y aún política, si a mano viene– y otra son las precisiones eruditas sobre temas que ni él ni yo dominábamos y sobre los que, para colmo, no había acuerdo. Y que si todo lo que sabemos o podemos llegar a saber sobre los misteriosos celtas y los indudables romanos y los suevos y todos los que usted quiera se demostrara falso o cosa de fantasía y sueño, no por eso iban a terminar o torcer su modo esas injusticias que denunciábamos ni desaparecería con un suspiro esa nación que defendíamos. En verdad, creí muchas veces haber derrotado a los queridos celtas y otras tantas volvían ellos y acometían mandados por el barbado Prelorán (¿No será Breogán?) y hasta por Simón quien armó con su entraña pétrea un inesperado celtismo. Créame Seoane que si los celtas hubieran tenido tanta resistencia e insistencia como la de estos buenos amigos en el día de hoy y en nuestra Galicia no hablábamos ningún latín corrompido sino algo así como el gaélico.
Prelorán es, como usted sabe, muy trabajador, muy ingenuo y hasta inocente. No puede ni pretende usufructuar grandes lecturas ni mayores erudiciones, pero cuando se le mete una idea entre pelos y barbas es de ver como echa luego raíces y lo mueve a lecturas atragantadas, y florece y frutece y vierte por fin sus jugos en una suerte de breves trabajos cuidadosamente mecanografiados y sometidos, con toda gravedad, a mi crítica. ¡Y menudas angustias las que me dan esas prosas! Esas afirmaciones impávidas que debo atenuar para eludir el traspiés o los azotes de cualquier crítico; esas detonantes ingenuidades quizás inofensivas en un cine-club, pero suicidas frente a otros públicos más sólidos y esos crasos errores que debo tratar suavemente con injertos, barroquismos y sutiles alquimias y procurando no lastimar... Y no hay más remedio que hacer la cirugía porque los trabajosos trabajos de Jorge son la base o el texto mismo que imagina para comentar su lenguaje cinematográfico, sus escenas filmadas, expresión ésta sobre la que reina con absoluto imperio y de la que es más celoso que Otelo. Con aparente docilidad y sin tontas veleidades literarias (Jorge carece –¡felizmente!– de cosquillas) Prelorán acepta mis recortes o mis rechazos y ortopedias, pero vuelve luego con otro texto y torno yo a mis cosméticas y podaderas. El proceso tiende a repetirse y adquirir la mecánica del cuento de la buena pipa y, en cuanto me descuido, de sutil contrabando y con nuevas ropas trata Jorge de volver a pasar un argumento que le suena bien o un clan entero de celtas.
Este didactismo de Prelorán me saca el sueño y me hace temer empresas tan gratuitas como las de explicar que el Mediterráneo está rodeado de tierra y, para colmo, relleno de agua y otras enfadosas disgresiones. Como Prelorán no andaba muy enterado de las andanzas de todos esos iberos, celtas, romanos y bárbaros, moros y cristianos, Prelorán cree su deber exponer el asunto a la manera audiovisual para beneficio y remedio de quienes padezcan esa misma falta. Y como Prelorán no conocía nuestra tierra, sus gentes y su drama, él cree lícito admitir en ambas primitivas inocencias un nexo causal. Y –repite– para conocer Galicia es necesario saber que es Galicia (lo que en su idioma significa tener una idea de su historia... si fuera posible con mapas animados por el amigo Feldman). En fin, que termino usando contra todos aquellos pueblos la energía con que luché contra nuestros celtas. Pero no será fácil impedir algunos mapitas –temo– y haré lo que pueda por evitar que nos den al traste con el esfuerzo y terminemos provocando la zumba de los inteligentes y el aburrimiento de los simples. ¡Qué falta me hace usted, Luis, en estos momentos! Estoy solo en la parte que de verdad interesa y soy el único que puede manejar el negocio y salvar nuestras almas y llevar las aguas discretas a nuestro patriótico molino.
Seoane: quisiera lograr una película rescatable, eficaz, decorosa, permanente; y lo quiero sobre todo por usted y también por Eduardo quienes, en estos Buenos Aires me desbravaron un poco en galaicología y me abrieron generoso crédito de amistad y confianza. Entiendo que nosotros, los hijos de gallegos que llegamos a su lado, tenemos el deber de retornar una obra que justifique tan altos magisterios. Y si meu señor Sant-Yago me da forzas, como a Gaiferos, llegaré, no al Pórtico de la Gloria, pues no tengo para el pasaje, pero sí quizás a salir del anónimo etcétera y ser nombrado en la Enciclopedia Gallega (ver art. sobre Alén Mar...)
Un gran abrazo. No gaste su tiempo en contestar, salvo para ordenarme lo que fuera o para darme un consejo sobre toda esta lata. Quiero decir que mucho quisiera unas líneas suyas, pero no me atrevo a pedirlas.

Cariños a todos y muy especialmente a Maruxa.

Pérez Prado

P.S. Si todo anda bien, creo que la película podría verse allá en noviembre. (Prelorán insiste en procesarla en el exterior, para mejor calidad; eso puede demorarnos, pero no creo que más allá del citado mes).
Salta 760, 3ºB