Transcripción da epistola Carta de Seoane a Shand. 1968 en 13/12/1968
Madrid, 13 de diciembre de 1968
Sres. Susana y William Shand
Buenos Aires
Mis queridos amigos:
Estamos escribiendo, al fin, a todos los amigos, lo que quiere decir que necesitamos respuesta de todos ellos. Hicimos hasta ahora un viaje espléndido, volviendo a ver calles de ciudades ya vistas y arquitecturas y museos, y todo lo que un turista ve porque no tiene otra cosa que hacer sino mirar. Volví a hacer dibujos por los cafés, sentándome en ellos para aguardar pacientemente una presa que siempre llega. Resulta un modo de ir de caza, como ya dije en el prólogo de Retratos furtivos, aunque no fuese así tan claramente, pero creo que cada vez más me emociona un rostro de persona que una arquitectura, una calle, un museo. El hombre por sí mismo más que por su obra. Cuando uno está viendo una obra cualquiera y piensa en el hombre que la hizo, no puede menos de evitar el aumento de simpatía o de antipatía por la obra. El autor importa mucho, su vida, su pensamiento, su manera de colaborar o no colaborar con otros hombres es muy importante. Yo admiro a Degas, pero cada vez que pienso en éste con prejuicios raciales, enemigo de Zola, reaccionario, antidreyfusista, su obra pierde bastante valor ante mis ojos, procuro buscar en ella donde está la falsedad, el error del hombre. Quizás por esto siempre me inquietan las obras de autor anónimo. Necesito saber del autor para poder penetrar en la obra de arte. Es posible que esto no le ocurra a mucha gente, a casi nadie, pero un libro o un cuadro es, para mí, muy importante –aparte de que lo sea para la literatura e historia del arte– como para dejarme llevar por ella si atrás no veo al hombre que la hizo. Algo de esto me pasa con las ciudades. En general, las ciudades europeas comenzaron siendo aldeas, burgos sin importancia, y fueron haciéndose ciudades con el trabajo de los siglos. Hubo en esos sitios donde se levantaron, guerras, persecuciones, catástrofes de muchas índoles, pero todo eso hacía cada vez más humanos a sus habitantes. Ellos sabían que no lo perdían todo. Que una invasión de otro pueblo, que una inundación, un incendio, podía con ellos. En Nueva York, nunca pasó nada, es una ciudad sin muñones, sin señales de desgracia, aún en sus barrios más pobres. Insolente en su arquitectura, en sus calles, en sus gentes. Todo es, o parece, despiadado, aunque en ella habiten minorías que buscan piedad para ellos y para otros, que existen y de verdad la buscan entre tanta frialdad y riqueza. Sin embargo, Nueva York me gusta. Me gusta hasta que pienso como se fue elevando, quienes son sus autores, porque llega a ser así la ciudad más representativa de nuestra época y precisamente de todo aquello que más odiamos de nuestra época: el capitalismo, la guerra, el racismo, el desprecio del hombre en su tercera edad, la vejez, etc. Tendría que vivir en Nueva York para ver todo esto en el rostro de las gentes y no puedo y además, a pesar de admirarla, no me gusta para vivir. Prefiero una aldea del Finisterre gallego. Hace más de dos mil años que sus gentes se asoman al mar, escudriñan el horizonte, temen los temporales y son arrastrados a la fuerza, a la emigración, a todas las desgracias, por las gentes de las grandes ciudades. Ahora los gobiernan, ellos no lo saben, desde Nueva York.
Perdonadme toda esta digresión. Escribidnos. Saludos a todos, a Bernardo, a Sofía, a Margot Parker, a todos los amigos y un gran abrazo para los dos de Maruja y mío:
[Seoane]